Cuando las computadoras no soñaban con estar regadas por cada rincón del planeta, ni mezcladas en cada actividad de nuestras vidas, en la universidad, en la escuela y en la vida cotidiana, debías coger un lápiz o un bolígrafo y escribir.
Aprendías caligrafía para que lo escrito pudiera ser entendido por cualquiera, claro, que supiera leer. (Creo que hasta los médicos lo intentaban, aunque no estoy muy segura de eso).
Si tenías que entregar un trabajo, lo escribías a mano. Si querías mandar noticias a tu familia en otro país, o en otra ciudad, incluso, si querías enviar un poema o una nota romántica al amor de tu vida, lápiz o pluma, y papel, eran la base.
Había una especie de conexión orgánica, entre tu corazón, tus neuronas, tus músculos, y el grafito o la tinta que fluía por la punta de la pluma, que hacía que se plasmaran ideas y sentimientos clara y precisamente, en el papel. Bueno, con tanta claridad y precisión como tu corazón y cerebro lo quisieran.
En algunas escuelas, después de cierto nivel de estudio, preferirían la escritura con pluma, al lápiz y el borrador. Eso fomentaba el cuidado tanto de la caligrafía, como de las ideas a expresar.
Con el tiempo, se fue colando la máquina de escribir y la mecanografía se convirtió en una asignatura de educación para el trabajo, en bachillerato.
Una de las cosas curiosas de ese cambio, era que el reto estaba es tipear sin ver, en lograr una especie de programación entre tu mente y los movimientos de los dedos de las manos, que permitía leer y transcribir, de forma simultánea. No eran tan importantes las palabras y los significados, las ideas y su coherencia, como la velocidad de transcripción.
Escribir a mano seguía siendo una norma para muchas cosas, pero hacerlo a máquina comenzó a convertirse en la modalidad de elaboración de cierto tipo de actividades en las escuelas y posteriormente, en las universidades se convertiría en norma.
En ambos casos, si te equivocabas, tenías que borrar o volver a comenzar. Si la equivocación era muy grande, la solución era comenzar de nuevo.
Para minimizar los errores, se elaboraba previamente un borrador de lo que se quería decir. El borrador era perfecto para tachar, reordenar, poner notas al margen y afinar muy bien la lógica y el discurso.
Estos detalles de la escritura a mano, incluso de la escritura a máquina, con las importantes diferencias entre ambas, en cuanto a las habilidades desarrolladas, hacían del acto de escribir, un proceso que requería nuestra atención. Los errores costaban tiempo, papel, inspiración, tinta, estética (incluso goma de borrar y tipex).
Los detalles y su importancia, han ido mutando desde entonces. Así como el tipo de habilidades que se cultivan y desarrollan, a partir de la escritura.
Claro, el uso de las computadoras y su presencia en todos los ámbitos de nuestras vidas, ha sido, aunque cada vez más acelerado, progresivo.
En sus lentos inicios, algo del enfoque y del cuidado se mantenía, porque cuando se tenía que guardar lo escrito en un disco, uno de 5 y 1/4, por ejemplo, el cuidado en la redacción y en el foco de las ideas que se querían comunicar, debía mantenerse, porque si cometías un error que requería «editar», hacerlo podía costarte todo el trabajo.
Los que me conocen, a esta altura se estarán preguntando a qué viene este cuento, porque como saben, soy una amante de las TICs, desde que aparecieron.
Sin embargo, cada día veo con más preocupación y tristeza, la ligereza en la comunicación, comenzando por la de quienes aprendieron a escribir a mano, pasaron por la máquina, con y sin tipex, y su primer trabajo en computadora, lo guardaron en un disco de 5 y 1/4.
Me preocupa también que las nuevas generaciones estén perdiendo la oportunidad de desarrollar ciertas habilidades, procesos y competencias, porque no usan nunca papel y lápiz para escribir y para dibujar.
Pero lo que me llevó a escribir hoy ésto, es mi preocupación por lo que considero como una especie de «analfabetismo ocular», que está en medio de todo el proceso, una especie de descuido crónico «justificado», que hace que se pierda o se enrede la comunicación, porque parece más importante decir algo, que decir lo que se quiere comunicar.
Decir, porque parece más importante enunciar que participar. Soltar imágenes, palabras y frases, como esperando que el otro te lea la mente, desenrede y organice tus ideas y, obviamente, «comprenda». Si te da la razón, mejor.
Si se tratara de nuevas generaciones, diría que hay que revisar a fondo, el sistema educativo (más allá de las razones por las que lo he dicho muchas veces ya), pero como se trata de generaciones que tuvieron la oportunidad de escribir solo a mano, a mano y a máquina, incluso en las primeras computadoras, creo que hay una parte de la alfabetización básica, pero también, de las competencias comunicativas y de la cultura ciudadana, que se requieren reconstruir o restaurar.